lunes, 23 de marzo de 2015

URBATORIVM: ALFONSO CALDERÓN: DESDE EL BLANCO Y NEGRO ESCRIBIENDO A COLORES

URBATORIVM: ALFONSO CALDERÓN: DESDE EL BLANCO Y NEGRO ESCRIBIENDO A COLORES



Este año 2009, la cultura nacional ha pasado especialmente de luto: no llegarán a estar con nosotros en las celebraciones del Bicentenario el actor Jorge Guerra, el humorista Chicho Azúa, la actriz Yoya Martínez, el folklorista Lalo Parra, la folklorista Carmencita Ruiz, la actriz Helvecia Viera, el escritorMiguel Serrano, la escritora Matilde Ladrón de Guevara, el investigador Gerardo Claps, el cronista Sergio Ramón Fuentealba, el naturalista Juan Grau, el historiador Ascencio Ronda Gayoso, el músico Rhino González y el actor Emilio Gaete, entre algunos más.
Y otro de los que también partieron este año, con ellos, fue el cronista, novelista, poeta y antólogo Alfonso Calderón, peso-pesado en las artes escritas nacionales.
Calderón era un intelectual de aspecto adusto, serio, como varios representantes de la llamadageneración del 50; sus gafas parecían un muro más que una ventana, en una primera vista. Sin embargo, esto era sólo una falsa impresión, pues se trataba en realidad de un hombre increíblemente ameno, entretenido, poseedor de una cultura vastísima, por lo que quienes le conocieron recalcan siempre lo lejos que estaba de ser un personaje aburrido o parco. Y esta fluidez se refleja en sus escritos: gratos, agradables, instructivos y eruditos; de esos libros que uno preferiría fuesen más extensos aún, ojala interminables.
Muchos comparan el valor de Calderón en la historia literaria con el de Joaquín Edwards Bello, que fuera de alguna manera su mentor. Aunque ambos cronistas provenían de mundos políticos muy distintos, casi como en la relación entre Francisco A. Encina y Leopoldo Castedo, Calderón tiene algo de Edwards en su orientación y en su testimonio del siglo XX, continuando en la segunda mitad de la centuria la misma obra que aquél hiciera durante la primera.
ORÍGENES Y PRIMERAS OBRAS
Alfonso Calderón Squadritto llegó al mundo el 21 de noviembre de 1930 en la ciudad de San Fernando. Hizo sus estudios en Los Ángeles y en Temuco, partiendo a Santiago para estudiar en el Internado Barros Arana, cuna de tantos otros intelectuales chilenos. Luego, estudió pedagogía en castellano y periodismo en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.
Desde niño, en su época de estudiante, se había hecho fanático de la lectura de "El Peneca" y algunos famosos cómics internacionales como "Mandrake" y "Dick Tracy". Era asiduo lector, además, de las crónicas de Edwards Bello en el diario "La Nación". Esta sería su principal influencia literaria, como veremos. Publicó su primer libro de poemas con sólo 18 años, titulado "Primer consejo a los arcángeles del viento", en 1949. A partir de 1952 comienza a ejercer en el periodismo para los diarios de la ciudad de La Serena "El Día", "El Serenense" y "La Serena".
Calderón era un tanto bohemio. En algunas de sus memorias recuerda visitas al famoso local de "Il Bosco" de la Alameda Bernardo O'Higgins, donde transcurría buena parte de su vida, al parecer. La poesía sería donde más golpearía con sus trabajos propios. Uno de los más celebrados es "El país jubiloso", publicado en 1958. En 1961, le tocó a "La Tempestad" y, al año siguiente, "Los cielos interiores".
Comenzó a incursionar en la antología en 1964, con su "Antología de la fábula" y, al año siguiente, "Antología de leyendas y tradiciones". Desde allí en adelante jamás se desprendió de este género, salvo por breves períodos. De hecho, a su inmenso trabajo de recopilación y selección de escritos antes publicados en diarios, revistas y otros soportes, le debemos la virtual "salvación" de las obras de grandes autores nacionales como Augusto D'Halmar, Teófilo Cid, Ricardo Latcham y Martín Cerda.
En 1965 se incorporó a la revista "Ercilla", haciendo comentarios de libros. Al año siguiente publicó "Grandes cuentos humorísticos".
ALUMNO DE EDWARDS BELLO
Calderón era asesor de la Editorial Zig-Zag, y desde ahí intentó contactar al huraño y maduro Edwards Bello para convencerle de publicar una crónica. Pero la reacción del escritor le resultó frustrante, pues en lugar de entusiasmarse, le espetó con severidad: "Pierde su tiempo, con crónicas no se hacen libros". Pese a ello, Calderón siguió adelante en sus planes, por fortuna, llegando a hacer gran amistad con Edwards Bello y convirtiéndose en su principal alumno. Las primeras tres antologías del autor las publicó en 1966: "Recuerdos de un cuarto de siglo", "Nuevas crónicas" y "Hotel Hoddó".
En otro paralelismo con Edwards Bello, cuya obra también rescató a través de recopilaciones como"El Subterráneo de los Jesuitas" (posteriormente rebautizado "Mitópolis"), también comenzó a incursionar en el rubro memorialista. Al año siguiente, participa en el Encuentro de Escritores Latinoamericanos y publica también "El cuento chileno actual: 1950-1967". Ese mismo año se suicidó Edwards Bello, viendo la luz, de la mano de Calderón, su antología "Crónicas del centenario". Prosiguió en la tarea de recopilar el archivo del malogrado cronista. Hacia 1969 lanzó "Andando por Madrid" y "Memorial de Valparaíso".
En 1970, Calderón publicó su primera novela: "Toca esa rumba don Azpiazu". Para 1971, mismo año en que publica "Antología de la poesía chilena contemporánea", se incorpora al equipo de Editorial Quimantú, poco después, para la colección de libros de bolsillo sobre temas sociales "Nosotros los Chilenos". Uno de los libros más oportunos de recordar en nuestro actual contexto sobre esta serie, fue el número 43, de su autoría, titulado "Cuando Chile cumplió 100 años", de 1973. Allí dio rienda suelta a sus talentos como investigador y ensayista.
Sin embargo, como Quimantú había surgido como casa editora estatal y de difusión ideológica luego de la expropiación de la Editorial Zig-Zag, el alzamiento militar del 11 de septiembre de ese año sorprendió a Calderón comprometido con la Unidad Popular. Acababa de publicar su libro de poemas "Isla de los bienaventurados", uno de los que más se le celebran.
Pese a todo, Calderón ya tenía un buen grado de prestigio y reconocimiento público, que le permitió seguir publicando obras como su "Antología poética de Gabriela Mistral" en 1974. Incluso se permitió trabajar en revistas contrarias al régimen, como "Apsi" y "Hoy". En 1979 recibió el Premio Municipal de Santiago por su trabajo "Poemas para clavecín", publicado el año anterior, algo sorprendente en el clima de fuerte ionización política que había en el ambiente, pero que se explica por la objetividad con que exigía ser evaluado un trabajo de tanta calidad como el suyo.
Joaquín Edwards Bello, hacia 1930.
SU CONSAGRACIÓN
En 1981, Calderón se ganó un puesto como miembro de la Academia Chilena de la Lengua. En 1984, publicó su "Memorial del viejo Santiago: imágenes costumbristas", un verdadero documento de culto entre los investigadores urbanos de la Capital de Chile. De sus memorias en París surge en 1988 "Una invisible comparsa", libro patrocinado por la Embajada de Francia, el Ministerio de Asuntos Extranjeros de ese país y el Instituto Chileno-Francés de Cultura de Santiago. Posteriormente, en 1993, asume como Subdirector de la Biblioteca Nacional y Director del Centro Barros Arana y de la revista "Mapocho" en la misma institución.
"Memorias de la Memoria" es una serie de siete volúmenes que comienza en 1990. En 1995, Calderón empieza a publicar sus diarios de vida en la serie que inicia con "La valija de Rimbaud", que abarca el período de su vida entre 1939-1952. Había comenzado a escribirlo el 25 de enero de 1939, al día siguiente del terremoto de Chillán y mientras vivía en Lautaro. En 1997, ve la luz "Una bujía a pleno sol".
En 1998 verá consagrada su vasta obra, al recibir el Premio Nacional de Literatura. Fue capaz de ganarle en la disputa a Volodia Teitelboim, Fernando Alegría, Guillermo Blanco y Enrique Lafourcade. El entonces Ministro de Educación José Pablo Arellano defendió esta decisión del jurado en base a "la lucidez, profundidad y variedad del ensayista, crítico, novelista, poeta y antólogo". Pero al recibir el premio, Calderón declaró con humildad:
"Sin Joaquín Edwards Bello, yo no existiría".
La serie autobiográfica de su diario, en tanto, continuó con "Cayó una estrella" (1952- 1963), "El vuelo de la mariposa Saturnina" (1964- 1981), "El olivo viejo que lloraba" (1981-1989), "El misionero involuntario" (1990-1993) y "En el bosque de Macbeth" (1993-1996). El año 2001, recibió el Premio Municipal de Poesía de Santa María de los Ángeles.
El año 2008, publicó un libro notable: "Venturas y desventuras de Eduardo Molina", con las semblanzas de un famoso periodista charlatán y cuentero, el Chico Molina, que había conocido más de 50 años antes pero cuya fama se había extendido en el tiempo casi como una leyenda entre los intelectuales chilenos. A la sazón, Calderón era académico de varias universidades y gozaba de una enorme fama en el ambiente intelectual chileno.
LA PARTIDA
La mañana del sábado 8 de agosto de 2009, Alfonso Calderón declaró a su esposa sentirse un poco mal, mientras se disponía a leer la prensa. Todo pasó con la velocidad del rayo: a las 9:25 falleció fulminado de un súbito infarto al miocardio, ante la desesperación de sus seres queridos. Uno de los más grandes de la literatura chilena, así, no pasó agosto; no estuvo para estas Fiestas Patrias y no llegó tampoco al famoso Bicentenario nacional, pese a merecer tanto estar presente en él. Tenía 78 años de edad.
Al parecer, Calderón no era creyente de otra cosa que el poder de la intelectualidad y la cultura: sus restos fueron velados en la Universidad Diego Portales (donde era decano de la Facultad de Comunicación y Letras) y luego cremados en una ceremonia también sin carácter religioso, tal cual alcanzó a solicitarlo en vida.
El día 14, en el diario "La Segunda", Jorge Edwards escribía lo siguiente:
"Ahora, después de la muerte repentina de Alfonso Calderón, compruebo que la memoria chilena, la del siglo XX y la de épocas anteriores, comienza a mostrar carencias bastante difíciles de llenar. La memoria, que en apariencia importa poco, de alguna manera lo es todo: lenguaje, historia, recuerdos compartidos que forman parte de una identidad colectiva. No hay nada peor que un pueblo amnésico, y en cierta medida, en nuestra desaprensión, en nuestra barbarie modernizada, tendemos a serlo: descuidados, olvidadizos, desprovistos de atención y de respeto. Otro de los boxeadores de Teillier recordados por Calderón se peinaba con raya al medio y se preciaba de que después de una pelea a doce rounds nadie fuera capaz de despeinarlo. Tres hermanas bonitas estaban locas por él, y hasta la madre, que había sido atractiva en sus buenos tiempos, las acompañaba a verlo porque esperaba que “le tocara algo”. Ya ven ustedes: las historias de boxeo, que apasionaban a Ernest Hemingway y a Julio Cortázar, están llenas de posibilidades en la literatura. Para escribir hay que leer mucho, pero más bien conviene huir de lo libresco".
"Alfonso Calderón sabía historias extraordinarias de los viejos políticos, de los antiguos poetas y escritores, de los cantantes y los héroes populares de antaño. Me he dedicado a leerlo en estos días y en estas noches, como homenaje personal y privado, y lo he pasado sumamente bien. Me he arrepentido, incluso, de no haberlo leído más cuando estaba vivo y de haber perdido así, debido a ese descuido nuestro tan nacional, la oportunidad única de comentar con él sus relatos. Pero así somos: creemos que hay tiempo para todo, y la verdad es que no hay tiempo para nada. Calderón cuenta historias notables de Eduardo Molina Ventura, el Chico Molina, poeta sin poemas, de Acario Cotapos, de Pablo Neruda y Vicente Huidobro, de muchos más. Se sirve de su experiencia directa, de sus conversaciones con los personajes y de lo que ha escuchado sobre ellos. Su prosa es un pozo de anécdotas, de nombres interesantes, de escenarios curiosos. No he dicho, a propósito, nombres célebres, porque no siempre se trata de eso. Este es un memorialismo que rescata a personajes olvidados, o que nunca fueron conocidos, y que los pone al mismo nivel de los famosos, con lo cual la escritura se acerca mucho a la ficción novelesca".
Parafraseando la frase de Calderón al recibir el Premio Nacional, el también alto galardonado escritor Armando Uribe, declaró de él en un medio:
"Si Joaquín Edwards Bello sigue vivo, se lo debemos a Alfonso Calderón".
El domingo 30 de agosto de 2009, se realizó en su memoria una ronda de declamaciones de poesía en el marco de la 11ª Feria del Libro de Ñuñoa. En la mesa de oradores, con Alfredo Lavergne al centro, estuvieron formando parte de este homenaje su hija la poetisa Teresa Calderón y su nieta Lila Díaz Calderón, ambas herederas también del talento y la vocación por las letras y los versos.


Ronda de poetas en la 11ª Feria del Libro de Ñuñoa. De izquierda a derecha, la tercera en la mesa es la poetisa hija del escritor, doña Teresa Calderón, y la quinta sentada es su nieta, Lila Díaz Calderón, también poetisa.

sábado, 14 de marzo de 2015

ACTAS DE (mala) FE: POESÍA CHILENA ACTUAL DE MUJERES EX-CÁTEDRA (2)

ACTAS DE (mala) FE: POESÍA CHILENA ACTUAL DE MUJERES EX-CÁTEDRA (2): Para la nota introductoria y la primera poeta comentada, ver http://malafepiedranegra.blogspot.com/2015/03/poesia-actual-de-mujeres-ex-cat...


Lila Calderón



Nació en La Serena en 1956. Es poeta, narradora, audiovisualista y artista plástica. Ha publicado los libros de poemas Balance de blanco en el ángel triste de Durero (1993); In Memoriam (1995); Por suerte había otra vida y Piel de maniquí (1999). Durante el año 2002 publicó los libros: Animalia (cuentos), La gran fuga (cuento) y La ciudad de los temblores (novela infantil), Ediciones Books and Bits, Santiago, Chile. En 1994 obtuvo el Primer Premio de Video-poesía de la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile y el Premio de Adaptación de Guiones de Cortometraje Luchino Visconti del Ministerio de Educación. En 1998, obtuvo el Primer Premio en el Encuentro de Cine y Video del Caribe con La muerte de un poeta, dedicado al poeta cubano Ángel Escobar (Video-experimental). Recientemente (2014) ha publicado Lo que ocultan los vestidos. Ha sido co-autora de influyentes antologías de poesía chilena junto a su hermana Teresa Calderón y al poeta Tomás Harris. 


En "Lo que ocultan los vestidos" (Bordes, 2014) la autora se propone un mosaico de texturas expresivas que se nutren de distintos códigos: el relato, la metafísica, la alquimia, el aforismo, lo coloquial, lo visual, la crónica: "mosaico (...) donde podríamos fijar la silueta de aquello que nos interroga y que al intentar definir, o fijar, se nos esfuma". Con este predicamento y este taller de técnicas verbales mixtas, Lila irrumpe poéticamente en la prosa y prosaicamente en la poesía, donde pueda decir y vivir en primera persona, haciendo que "la libertad que puedo ejercer en el mundo que origino la vivo al conectar elementos heterogéneos, al modo de un collage". 

"Lo que ocultan los vestidos" tiene 10 secciones, una introducción y un epílogo. 3 secciones tienen epígrafes y la octava de ellas, "Cebras y reglas", incluye 2 imágenes del trabajo visual "Liquidación por fin de temporada" (2005) de la poeta. La introducción busca dar al conjunto un hilo conductor y lo hace siguiendo una estrategia autoreferencial y metapoética: se sitúa frente al lector y frente a su propia texto simultáneamente. De allí algunas filiaciones. No hay automatismo pero sí hay mirada oblicua, cubista, hiperlúcida, refractada: "El azar tiene un sistema, un código que hay que interceptar y trabajar...". Declara su cansancio contra el "lleno total" ortegiano, la cultura de masas alienante. Por esa vía engarza con la poesía metafísica que mantiene su línea continua aunque borrosa desde el post-romanticismo y el primer surrealismo en adelante. Poesía de esencias y trascendencias versus apariencias, que indaga en al acto cotidiano como manifestación de fuerzas otras que condicionan al sujeto en un estado de enmascaramiento o revestimiento. Mi lectura de este libro de Lila Calderón apunta a que es ese el vestido debajo del cual está la materia real. Aquello ocultado no es otra cosa que aquello entendido, intuido, salvado de la disolución. Es el acto de apoderamiento de lo real a partir del lenguaje en el sentido, insisto, de la poesía metafísica chilena, que en Díaz Casanueva y Anguita entronca con la filosofía del ser de Heidegger y su máximo expresivo: la poesía es la casa del lenguaje y el lenguaje es la casa del ser. Entonces "lo que ocultan los vestidos" es un cuerpo-habitación que recupera su visibilidad a la par que busca re-apropiarse sus significancias. Visitado pieza por pieza. órgano por órgano, este cuerpo-mansión se vería así:

1a estancia: "Escrituras mortales y metafísicas".

"Todo lo que he escrito aborda el mismo problema: la existencia". Aquí se guarece el miedo al vacío, la vigilancia de un ojo-eje absorbente, como el maelstrom de Poe; un agujero negro o el ouróboros alquímico mordiéndose la cola y girando eternamente. Pero la respuesta es lúdico-lúcida: "juguemos en el bosque ahora que el lobo no está". El rebote de la infancia trae una curiosidad inocente que puede ser cruel, como en esa otra niña "maldadosa" de nuestra poesía hispanoamericana mayor, Alejandra Pizarnik, para quien las flores tutelares del secreto y el misterio tenían el mismo nombre de nuestra autora: lilas. Su idioma es verso silabeado. El decorado de esta habitación es ligeramente gótico, otoñal, umbrío. El órgano que vibra bajo los vestidos en esta estancia es el estómago, porque allí se continúa la digestión del tiempo que deglute al sujeto desde afuera.

2a estancia: "Desplazamiento".

Lo blinda un epígrafe de Jodorowski, ese viejo brujo-mago-loco escapado de su propio Tarot viviente, donde nuestra autora oscila también entre arcanos: Maga, Sacerdotisa, Emperatriz, Loca. En esta habitación el tiempo y el espacio no son coincidentes. Hay registros gráficos de ese movimiento impreciso. Fotografías, retratos borrosos que "tienen su propia religión y viven en otro templo". Las palabras-moldes hacen un tanteo de siluetas para irse acoplando a sus significados-formas parecido a esos juegos de niños lactantes, aún no del todo hablantes, que brusca pero obsesivamente intentan hacer cuadrar las piezas de sus juegos didácticos. "Otra máscara desvanece su guiño y un montón de ropa nos dibuja en el recuerdo". Su idioma es la prosa. El decorado de esta habitación es sepia, azogue, como el reverso de los espejos y el anverso del mismo está empavonado. El órgano es el oído, motor del equilibrio. 

3a estancia: "Absorta ante el paso de la musa".

La habitación más breve. Contiene sólo un enser, el aliento. ¿Por qué está aquí y no dentro de otra como las réplicas interiores más pequeñas en las Matrioskas? Sólo 12 líneas para situarse. Si barajamos en un talego los sustantivos y luego los vaciamos sobre un tapete, quedan en este orden: trino, idioma, flecha, vida, misterio, encanto, gotera, estanque, espejo, lápiz, baile, aliento, musa, nada. Pero el orden también puede ser otro. Se habla un verso casi susurrado. Esta habitación es celeste-agua. Su órgano son los labios, por ellos respira.

4a estancia: "La casa siempre gana".

Esta habitación tiene ventanas hacia el exterior. Su función es instalarse a ver transitar los pobres destinos cotidianos de las vidas programadas, que no se pertenecen a sí mismas. El ángulo da un enfoque urbano amplio. Hay distracción del prójimo y sus nimias aventuras de sobrevivencia. Hay rabia de la cosificación orweliana del sujeto llamado a mejor vida. Pero ¿los sujetos tienen la vida que pueden o la que buscan o la que merecen? Una prosa que a ratos deviene narrativa y deriva en ficción y parábola, con entes que escapan del papel billete y devienen en personajes para finales alternativos. Esta estancia es luminosa pero su luz es chillona, encandiladora. Su decorado es realista en formas pero su contenido es surreal, como en los cuadros de Remedios Varo. Su órgano es la pupila.

5a estancia: "El oleaje que mece las almas".

Un epígrafe de la Yourcenar blinda el dintel: "Poco me importa que los fantasmas evocados vengan desde los limbos de mi memoria o desde otro mundo". Un poema en 6 fragmentos numerados define un intento de buscarle un punto de origen al soplo, al hálito vital, al élan de Bergsson. Ese impulso electivo de saberse alma es un modo de vibración del cuerpo desde un motor inclaudicable. Desde luego el órgano que vibra en esta estancia es el corazón, nombrado con insistencia: el corazón tiene un secreto (II), el corazón estremece con su ritmo (III), el corazón tiene puentes (V), hay algo escrito en ese papiro que envuelve al corazón (VI). Esta habitación recibe mucha iluminación de luz natural, de día. Pero sus cortinas están cerradas.

6a estancia: "Ya vive y se le oye cantar"

Esta habitación está de duelo y de vuelo. El dolor atávico de despedir a un ser que se ama deviene en comprensión y extensión de la presencia en otros niveles. No es resignación o simple resiliencia porque la pérdida no tiene compensaciones y la figura reclamada está en una distancia infranqueable. Se asoma ese tono salmódico, sacramental, transido de intensidad, con un remoto decir elegíaco: "...y me envuelve el destello / donde bailas, Carla, / en el viento, / en todo / cuanto iluminas / con tu vuelo". Esta habitación es blanca, blanco de mármol, blanco de leche. Su órgano son las manos. Tocan algo-alguien frágil, que parece no estar, que viene de lejos.

7a estancia: "Lo que ocultan los vestidos"

Un único texto homónimo al libro, medular, enmarcante. Todas las claves debieran estar aquí. Una primera estrofa ajedrezada recupera el sarcasmo sutil de esta autora para decir que el camino-viaje es solitario, aunque confluyan otros-otras transeúntes. Cada cual es accesorio a la vida de otro, principal sólo a sí mismo. Hay que mantener cierto ritmo de la marcha porque los otros distraen, interfieren "trayendo rumores y nieblas hasta mis oídos". Hacia el final de la segunda estrofa asoma el signo-símbolo que sintetiza el plan y la identidad de la autora, que está también en su nombre: "hay que ir a refugiarse al huerto (...) / en los lirios, que ante la presencia del sol / se animan a confesar / lo que ocultan los vestidos. La palabra deviene flor precaria entonces, sobrepuesta a su rigor eriazo. El lirio pertenece a un orden vegetal que acumula. Se nutre del bulbo subterráneo, que duerme y alterna las hojas con la flor entre invierno o verano. Es el sueño vegetativo o la hibernación de las especies que necesitan estar no expuestas para preservar su energía. Lo que ocultan esos vestidos-pétalos son el rumor de la persistencia. Esta estancia es abierta. Florece. Sus órganos son los pulmones.

8a estancia: "Cebras y reglas"

La prosa y la imagen se alternan para un discurso que parodia otros relatos: la taxonomía zoológica, el análisis jurídico, la sociología. Con estos ecos construye una breve fábula sobre la torpeza de la seguridad y la domesticación del flujo humano en las urbes. El sarcasmo proverbial de esta autora alcanza acá su máxima expresión. Es un texto incisivo y gozoso, pese a ser severo. Proviene de una estancia previa, de circunvolución, de vía de acercamiento. Es un umbral señalizado, no es la morada propiamente tal pero la interpela y se hace perteneciente. Su decorado es gris, de asfalto. Su órgano es el tobillo, la rodilla, el codo: las articulaciones.

9a estancia: "Autorretrato del creador"

Poema y prosa en esta sección-habitación del ser, con un mismo tema en dos facturas: vocalización rítmica en canto llano son los versos -entre parrianos y huidobrianos-, como es el registro operático y el versículo interno para decir un episodio vernacular y oracular que quiere resituarse en un momento inaugural de las eras. La voz masculina de un hablante-Creador teocéntrico cede ante una Diosa tutelar para que pueda mostrarse al fin "lo que ocultan sus vestidos / el poder invencible / de la flor de la vida / que encandila / y volvamos a bailar". En "La fiesta está que arde" se vuelve a hacer ese recuento lastimoso de un Dios en bancarrota representado en su semejanza humana desprovista de todo don de lo sagrado. La aspiración de la autora en esta estancia es actualizar lo profano en nuevos actos con-sagrados de re-creación. La estancia está pintada de un rojo intenso y su órgano es el sexo, que en la mujer se prolonga hacia adentro y en el hombre se vuelca hacia afuera.

10a estancia: "Estampas de la vida diaria"

El corpus más extenso del libro para reunir poemas y textos en prosa de titulación unitaria y contenidos diferenciados, donde el que abre la sección bautiza la misma. Poemas notables como "Grafitti" o "Transparencias" -con un aire a Anguita- engarzan un mandala temático más abierto y menos conceptual, donde se revisita a la familia en cuanto clan o tribu de las primeras lecciones, los misterios de la ciudad o los espacios paralelos que conviven en ella, o la identidad de la poeta devenida en aedo citadina o juglaresa de aconteceres cotidianos. Esta es la estancia más amistosa del conjunto y su decorado es psicodélico, contemporáneo, con gráfica de arte urbano o de rock. Su órgano es la garganta pletórica de voces.

Un epílogo-prólogo circular

El último texto en prosa de "Lo que ocultan los vestidos" es una especie de fábula sobre las percepciones, lo engañoso de asignar sentidos estancos a las experiencias, a los seres, a los objetos. Las cosas hablan y se re-presentan con movilidad, insatisfechas. Se recuerda a Rilke: "Las cosas vienen a nosotros ávidas de cobrar sentido". Este texto implica un sub-relato donde interactúan seres-signos-significados aleatorios que se afectan mutuamente. Este texto bien podría ser el inaugural y permitir una relectura inversa del libro todo, donde la introducción declarativa que formalmente lo abre, sería el epílogo que venga a delatar un plan de acción casi siempre superado por la ejecución misma del producto creativo. Para confirmar esta intuición lectora que señalo, la autora deja caer en la última página una frase matemáticamente sugestiva: "El orden de los factores no altera el producto". Pero es aún más perfecta la síntesis conmutativa del libro si nos atenemos a las líneas finales de este epílogo circunvalado donde lo descifrado se vuelve a cifrar. La verdad sea dicha, nada más hace falta decir de este libro que lo que allí se resume:

"Y esa cortina que cubría todo el fondo de la gruta, era miel derramada sobre una roca que cerraba la entrada al insectario donde habíamos dejado las alas, antes de cambiar de piel para salir a barrer la tierra que aún olía a pintura fresca.".